El matemático y espía José de Mendoza y Ríos

El matemático y espía José de Mendoza y Ríos
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Antonio J. Durán
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Hace unos años los responsables del IMUS me preguntaron por algún matemático andaluz que pudiera dar nombre al Coloquio de investigación matemática que comparten el IMUS y el IEMath-GR, y sugerí el del sevillano José de Mendoza y Ríos (1761-1816)… y no faltan razones para haber bautizado con su nombre el coloquio de los institutos de matemáticas de Sevilla y Granada.

Mendoza Ríos hizo contribuciones importantes a la resolución astronómica del problema de la longitud, que le valió uno de los premios otorgados por el Buró de Longitudes de Londres. El problema de la determinación de la longitud en el mar era uno de los principales, sino el principal, con el que se había enfrentado la náutica desde la época del descubrimiento de América. Casi todos los países con intereses trasatlánticos habían ofrecido premios por su resolución y fueron numerosos los científicos que se habían interesado en él ―uno de ellos Galileo―. Desde que el relojero John Harrison había fabricado a mediados del siglo XVIII relojes suficientemente precisos y fiables para transportar en el barco el tiempo de un lugar determinado, ya se disponía de una solución técnica para el problema. Sin embargo a principios del siglo XIX esta solución distaba de ser definitiva: los relojes era extremadamente caros, difíciles de conseguir y, de todas formas, era conveniente determinar, de tanto en tanto, la longitud por otros medios para tener la seguridad de que el reloj no fallaba.

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Mendoza Ríos ideó un proceso astronómico para el cálculo de la longitud en el mar mediante la medida de distancias entre la Tierra, la Luna y determinadas estrellas auxiliares. En un artículo publicado en las Philosophical Transactions de Londres en 1797, Mendoza Ríos describió hasta cuarenta procedimientos conocidos para despejar la distancia una vez hechas una serie de medidas, y explicó el suyo propio basado en el uso, primero, de un instrumento: un círculo de reflexión mejorado por Mendoza Ríos que hacía más fáciles y precisas las mediciones, y, segundo, de unas tablas, que facilitaban los procesos de cálculo ulteriores. Dicho en lenguaje actual, los métodos para despejar la distancia eran unos procesos algorítmicos de cálculo reiterado con una región de convergencia y otra de comportamiento caótico: una pequeña diferencia en las observaciones previas ―esto es, en las condiciones iniciales del proceso iterativo― podían generar grandes errores al finalizar los cálculos. Las aportaciones de Mendoza Ríos consistieron en una mayor concreción de la región de convergencia ―concretada luego en una serie de consejos a la hora de realizar las mediciones para evitar la región caótica del algoritmo―, y en la simplificación del algoritmo numérico mediante sus tablas. Mendoza Ríos publicó varios volúmenes de tablas; las mejores fueron las de 1804, de las que se hizo una versión castellana en 1850 a cargo de José Sánchez Cerquero, director entonces del Observatorio de San Fernando, líder del grupo de matemáticos en torno al Observatorio y responsable de la publicación a partir de 1848 en Cádiz el Periódico mensual de Ciencias Matemáticas y Físicas, la primera revista de matemáticas y física publicada en España. Del método de Mendoza Ríos dijo Jean Baptiste Delambre ―responsable de la medición del arco de meridiano que dio lugar a la definición de nuestra actual unidad de medida: el metro―: «de los diversos métodos para el cálculo de las distancias de la Luna al Sol y a las estrellas, di absoluta preferencia sobre las mías y sobre todas las demás a las de Mendoza. Este método se ha simplificado aún con la publicación de sus Tablas. Esta obra es la más completa, la mejor concebida y la más cómoda de cuantas han aparecido sobre astronomía náutica».

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Nacido en Sevilla el 29 de enero de 1761 —su partida de nacimiento se puede todavía ver en la Parroquia de San Martín—, Mendoza propuso, a finales de la década 1780-90, la creación de un instituto de investigaciones navales en Cádiz al que designó con el nombre de Biblioteca Marítima. La institución estaría destinada a la modernización científica de la marina, incluyendo en particular la mejora de la formación matemática: se trataría de crear un centro documental de libros y revistas de primer orden como paso previo para la creación de un instituto que posibilitara el intercambio directo de científicos con los centros de excelencia de Europa. El proyecto de Mendoza Ríos, con el apoyo del conde de Floridablanca, fue inicialmente aceptado y la primera etapa se desarrolló razonablemente —no así el resto— con una primera expedición en busca de libros e instrumentos científicos. A pesar de que eso de ir por Europa comprando libros no suena muy aventurero, la trayectoria vital de Mendoza Ríos es una mezcla de ciencia y aventura –más de la última que de la primera–. Júzguese si no, a partir del siguiente esbozo. Mendoza lideró la primera expedición para la compra de libros, cuyo destino inicial fue el París de los inicios de la Revolución Francesa, por lo que durante los tres años que estuvo allí se desplazó con cierta frecuencia a Londres y Holanda evitando los periodos más conflictivos. En esos años envió hacia Cádiz cajones y más cajones repletos de libros e instrumentos: forman la base de las más valiosas colecciones que hoy atesora el Observatorio de San Fernando.

En 1792, huyendo de la complicada situación francesa, se trasladó definitivamente a Londres donde prosiguió su labor de adquisición de fondos bibliográficos y técnicos. En Londres pronto encontró la protección de Joseph Banks, el entonces presidente de la Royal Society de Londres, sociedad en la que Mendoza Ríos ingresaría al año siguiente. Desde Londres envió una serie de informes confidenciales sobre la organización y planificación industrial y, también, sobre la organización de la marina inglesa. Sobre Mendoza Ríos siempre recayeron las sospechas, más o menos fundadas, de espionaje. En unas ocasiones a favor de España por esos informes que remitiera desde Londres; pero también fue acusado, más o menos abiertamente, de informar a los ingleses durante la guerra librada contra ellos a principios del siglo XIX ―con episodios tan determinantes para la armada española como la derrota en la batalla de Trafalgar―.

Otra de las gestiones importantes de Mendoza Ríos fue el encargo a William Herschel ―el descubridor del planeta Urano― y seguimiento de la construcción de un gran telescopio para el Observatorio de Madrid; de hecho, durante su etapa en París había trabajado en la construcción coordinada entre Francia y España de uno con espejo de platino ―en el proyecto, que no cuajó, también colaboró el químico Lavoisier―. La operación con Herschel se cerró en 1796; el telescopio construido era, en ese momento, el segundo más grande del mundo y puso a España en una posición de privilegio en el campo de la observación astronómica: si en vez de ubicarlo en Madrid lo hubieran llevado a Cádiz, donde en esos momentos había una estructura científica más moderna, otro hubiera sido el rendimiento que se le habría podido sacar ―aparte, claro está, de las mayores posibilidades que hubiera tenido de sobrevivir a la invasión francesa de 1808―.

Ese mismo año de 1796 realizó un nuevo envió de libros y documentos hacia Cádiz: la tarea fue enormemente difícil pues se había declarado la guerra con España. Mendoza Ríos pidió el retiro de la Armada Española pues ya tenía decidido asentarse en Londres. No se le concedió y, más aún, se le acabó expulsando de la Marina en 1800 ―ya hemos mencionada anteriormente las sospechas de hacer informes para Inglaterra durante ese periodo de guerra―. Mendoza Ríos nunca se resignó y procuró que se le reconociera su estatus; incluso le pidió a Godoy en 1806 que le concediera el retiro honroso que había pedido en 1796. Mendoza Ríos se estableció definitivamente en Inglaterra, donde se casó y tuvo dos hijas. Se suicidó el 4 de marzo de 1816 en su casa de Brighton dejando una considerable fortuna.

Los libros enviados por Mendoza Ríos se incorporaron definitivamente al Observatorio Astronómico en 1826, como consecuencia de la clausura de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, de la que ya se había desligado a principios del siglo XIX; desde 1798 el Observatorio contaba ya con su actual edificio en la Isla de León, y allí fueron a parar un total de 5.423 volúmenes procedentes de la comisión de Mendoza Ríos.


Referencias:

A. J. Durán, La ciencia en Andalucía, Cuadernos del Museo Memoria de Andalucía, 2008